viernes, 14 de febrero de 2014

Esquivando el inflador...

Por razones laborales viví en la ciudad de Alta Gracia, Provincia de Córdoba durante el año 1988. En esa época yo estaba realmente comprometido con el atletismo y todavía estaba en la etapa en que hacía progresos diarios.
El viajar a esta hermosísima ciudad y poder correr diariamente, la mayoría de las veces doble turno, fue una bendición para mi entrenamiento.
Ubicada a menos 40 km de Córdoba capital y con un clima seco y benigno durante todo el año, con una altitud superior a los 700 mts. sobre el nivel del mar hace que sea un verdadero paraíso para poder entrenar.
Realmente aproveche atléticamente hablando mi estadía. En esa época recién se había inaugurado un circuito aeróbico sobre el arroyo que atraviesa la ciudad, y era muy común ver gente trotando a toda hora. Algo que era toda una novedad en el país. Se pude decir que en ese sentido la ciudad fue una de las primeras en difundir el correr como parte de un programa integral para mejorar la salud.
Entrenando hice buenos amigos como el caso de los maratonistas Ivan Avila (ganador de la 1º edición de los 42km de Rosario) y el “cabeza de león” Leschera, con los cuales compartía diariamente los entrenamientos. Los cordobeses son personas muy especiales, terriblemente competitivos y con un gran amor propio, pero generosos y de gran corazón. Amigos de fierro realmente.
Competí muchísimas veces, casi todas las semanas, con muy buenos resultados. El hecho de que la provincia, por su particular geografía, tenga muchas ciudades turísticas dentro de un radio de kilómetros bastante cercano, hacía que todos los domingos pudiéramos competir en alguna maratón.
Participaban muchos corredores, algo que en Mar del Plata no era tan común, pero el nivel de corredores de elite era menor que en esta zona. Por ese motivo, tuve la suerte de ganar alguna competencia y hacer podio en muchas otras, recuerdos que guardo en lo profundo de mi corazón.
Tuve la suerte de poder correr un 10.000 debajo de los 34 minutos por primera vez en la pista de la ciudad de Córdoba, algo que fue realmente importante para mí..
De las muchas carreras en las que participé, destaco la primera, que se realizaba en la ciudad de Tanti, lugar que yo no conocía, por lo que quede sorprendido por la geografía del lugar, hermoso sin dudas, pero dificilísimo para competir. La carrera fue a principios de mayo, y por la noche había nevado, por lo que había hielo en todo el recorrido y sumado a que no hay cien metros llanos, fue verdaderamente duro. Por suerte pude soportar el ritmo de los punteros y llegue en 2º lugar en la general detrás de uno de los atletas mas conocidos de la zona, Rubén Ríos. Me dieron un trofeo en bronce y mármol que todavía conservo. Un grato recuerdo.
Pero la anécdota más extraña me sucedió compitiendo en la ciudad de Alta Gracia. La municipalidad organizaba carreras del tipo biathlón. Cuando llegaba el primero de los que hacían la doble modalidad, se largaba una competencia pedestre.
Participaban machismos corredores, incluso venían muchos de ciudades vecinas. Había premios en efectivo para los primeros, que sin duda era un incentivo más para inscribirse. Yo solo corrí en una, pero se hacían muchas durante el año.
La carrera pedestre era sobre una ruta poco transitada, totalmente descampada y tenia una distancia aproximada a los 12 km. Se corría en un sentido hasta donde había un puesto de la organización, ahí se giraba y se volvía al punto de largada.
A poco de largar se produjo una discusión entre dos de los corredores que venían participando. Al principio fue un cambio de palabras, pero luego hubo insultos y volaron algunos manotazos. Todo esto en plena competencia. Yo fui testigo de los hechos. Esto ocurría en la punta de la carrera, con mucha gente acompañando a los punteros en bicicleta.
Realmente yo estaba sorprendido de lo que se iba desarrollando y temiendo que la cosa pasara a mayores me interpuse entre los dos corredores que se agredían con la intención de apaciguar los ánimos. Todo esto sin dejar de correr.
Sinceramente mi intervención no sirvió de nada, porque se seguían agrediendo. Así que opté por hacer un cambio de ritmo, tomar decididamente la punta y alejarme de los problemas.
Después de quedar en solitario y promediando la primera parte del recorrido, se me acerco una bicicleta con un hombre obeso que hacia un gran esfuerzo para alcanzarme, pues lo escuchaba resoplar con dificultad y apenas si podía hablar. El caso es que solo me profería insultos y amenazaba a pegarme con un inflador que llevaba en su mano como un arma.
Yo no podía creer lo que me estaba pasando.
Hay que ver el contexto general de la escena, en una ruta en el medio de la nada, yo punteando la carrera y un tipo a mi par queriéndome pegar con un inflador. Parecía una película cómica. Pero doy fe que no era gracioso.
Por suerte para mi, el hombre no podía soportar el ritmo mucho tiempo y yo lo dejaba atrás, pero se recuperaba y me volvía a alcanzar. Yo lo esquivaba corriendo pegado al alambrado, pero me costaba un esfuerzo enorme correr en el barro. Así estuvimos un par de kilómetros y llegué al lugar donde había que girar unos cientos de metros por delante de mi atacante.
El giro era en un auto cruzado en la ruta, donde había uno de los organizadores controlando los números de los corredores. En cuanto llegue traté de explicarle lo que estaba ocurriendo, pero no me escuchaba, recuerdo que repetía sin cesar que me había descalificado por pelearme.
Entre el poco aire que me quedaba para hablar y la tozudez del control decidí quedarme detrás del auto usándolo de obstáculo entre mi cuerpo y el de mi agresor, y cuando este se bajo de la bicicleta, blandiendo el inflador, yo salí corriendo nuevamente con todo el ritmo que pude imponer tratando de poner una distancia. Ya no lo volví a ver.
Entre la adrenalina que me produjo este percance y los cambios de ritmo que me ví obligado a hacer por mi seguridad, los últimos kilómetros se me hicieron realmente interminables y baje muchísimo el ritmo, por lo que al final me alcanzó uno de los que se habían estado peleando, que finalmente ganó la carrera, yo llegué pocos metros detrás.
Al llegar se produjo una gran trifulca, hubo discusiones acaloradas y una gran demora en la entrega de premios. Finalmente descalificaron a los que se habían peleado y me dieron a mí por ganada la carrera. Yo estaba tan afectado por lo sucedido que no quise ni subir al podio. Me acercaron el trofeo y un sobre con dinero al lugar donde estaba descansando.
El que me había perseguido y quería agredirme era el padre de uno de los que se pelearon. El pensó que yo le había pegado a su hijo.
Por suerte todo se aclaro, pero el “gordo” nunca se acercó a pedirme disculpas. Nunca me olvidé de sus insultos.
En la foto Iván Avila, compañero de muchas horas de entrenamientos.

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