jueves, 17 de mayo de 2012

Ser maratonista no es para cualquiera.

Las competencias despiertan en mí una sensación de bienestar general y autoconfianza que no se puede comparar con ninguna otra cosa.
Antes de la carrera uno entrena diariamente, por lo que mentalmente se va imaginando una especie de plan de competencia para utilizar en el momento adecuado. Inevitablemente soy optimista por demás. Muchas veces fantaseo con este es el día, que todo lo entrenado estos últimos tiempos va a rendir frutos y voy a correr mi mejor carrera en mucho tiempo. Pero la película que vivo durante la competencia no es la que yo visualizo previamente, y siempre termino chocándome con una pared llamada realidad.
Es verdad que tuve mi momento de gloria, donde mejoraba las marcas casi semana a semana, y esto paso hace ya muchos, muchos años. De esa época curiosamente no me quedan recuerdos imborrables, ni siquiera disfrute de mis logros. Quizás mi propio ego desmedido me pedía siempre más y por eso nunca estaba conforme. Tengo vagos recuerdos de las competencias y los viajes, y nunca guarde recortes de diarios ni trofeos, solo algunas fotos dan testimonio de esos tiempos.
Hoy, siendo un atleta veterano, todavía pienso en mejorar día a día, y si bien soy consiente que estoy a años luz de los tiempos que lograba hace dos décadas, en mi propia película me veo cruzando la meta en una inigualable performance.
Pero la verdad es que me tengo que amoldar a lo que soy hoy y hacer un gran esfuerzo para competir con algo de dignidad. Inevitablemente sufro durante el trayecto, y lo que en mi fértil imaginación era una levantada final incontrolable, se convierte en penoso arrastrar de mi cuerpo y mis piernas hasta la meta. Y así carrera tras carrera.
Pero todo lo sufrido durante, se olvida fácilmente, y dos días después estoy haciendo un nuevo plan de entrenamiento con la esperanza de mejorar lo hecho recientemente.
No me considero un tonto, pero internamente me engaño a mi mismo ofreciéndome éxitos y fabulosos reconocimientos para la próxima.
Y de esta forma encuentro la motivación para seguir corriendo.
Es por eso que nunca aconsejo a nadie a que corra. Correr maratones no es para cualquiera. Se debe tener la convicción de que se puede y la confianza para intentarlo. Y no todo el mundo lo logra. Aquel que tenga en su destino escrito correr, tarde o temprano calzara sus zapatillas y saldrá solo a recorrer los caminos.
La foto es de una llegada en un 42 km hace ya varios años.

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